Este creo que será el post más personal y emocional que
haré.
El centro, para mí, es un lugar mágico y siempre lo ha sido. Desde pequeña lo conozco
porque acompañaba a mi mamá en sus visitas de trabajo al Hospital y Clínicas
Viera, cuando acompañaba mil y una veces a mi papá después de clases a trabajar
en la Farmacia Regis en el Centro, y cuando muchas veces con mi abuela nos íbamos
en taxi hacia el mercado en el centro (recuerdo que ese viaje costaba apenas 50
lempiras en aquel entonces).
Muchos se sorprenden al saber que el Centro
siempre fue para mí como la cuidad New York en las películas: el “otro personaje” de la
película. En este caso, mi vida. Lo visitaba mucho con mis papàs y lo conocía bastante;
sus callecitas, su tráfico, el bullicio de la gente, y siempre me encanto ver
tanto movimiento y tanta gente siempre trabajando honradamente. Los domingos, ya sea camino a La Tigra, o a
Valle, o aun si solo pasábamos el día en mi casa, mis papás siempre se
esmeraban porque “diéramos una vueltecita” por el centro para “pasear”. O
cuando aún existían farmacias de turno y no las 24/7 de ahora, los cuatro acompañábamos
a mi papá a pegar anuncios que avisaban que la Regis del Centro estaba de turno
esa noche, lo que significaría que mi papa trabajaría hasta muy tarde ese día. Podría
seguir todo el día con historias como estas pero no los voy a cansar.
El centro sigue siendo para mí un lugar mágico, pero ahora que estoy mayor
puedo notar como el centro es un perfecto y simbólico ejemplo de la situación en
nuestro país, y más que todo de nuestra capital, Tegucigalpa. Cuando recorremos
el centro conocemos como en realidad es nuestro país, su cultura, su gente, sus
tradiciones. Nuestros ojos se dan un descanso de todo lo americanizado que
lamentablemente se ha convertido nuestra ciudad. Vemos las muchas tiendas
hondureñas que muchos hondureños han creado con esfuerzo y trabajo. Si paseamos
por el parque central, siempre vamos a ver a aquellos que se esfuerzan tanto
por trabajar honestamente cada día, como son los lustra botas, y también encontramos
a la deprimente cantidad de personas desempleadas. Pero también, y esto es lo
que màs màs amo, el centro esta lleno de edificios antiguos llenos de historia.
Mis edificios favoritos a visitar son la antigua Casa Presidencial, la oficina
de correo postal (que aún está en servicio), y por razones personales y obvias,
la Regis del Centro.
Me da muchísima lástima que muchos (no todos) de los niños de las generaciones
de ahora no van a poder tener la misma experiencia que yo tuve de pequeña. De
ver nuestro centro de la manera en que yo lo pude ver. De verle el encanto al corazón
de nuestra ciudad. De ver la historia de nuestro país en sus paredes heridas, y
en la cara de todos de los que recorren sus calles estrechas.
Como dije, el centro es clara muestra de nuestro país. Esta descuidado, pero
tiene mucho encanto de bajo de todo y más que nada, potencial de ser de nuevo grandioso
a la vista de todos.
Si tienen alguna oportunidad, por favor visiten el centro, apoyen nuestros
tesoros nacionales, nuestros preciosos museos. Muéstrenle a nuestras nuevas
generaciones la verdadera Honduras, la Honduras de ayer, la que ojala algún día
volvamos a tener.
El centro, al igual que toda Honduras, tiene su encanto, pero hay que saber
verlo con otros ojos.














