Llegar a Esquimay Centro, (Pespire,
Choluteca) fue un viaje largo y bastante desconocido para todos. Desde que
empezamos a tomar los desvíos, solo pensaba que a quién se le
ocurriría vivir en un lugar tan alejado (que tal si pasa alguna emergencia
médica?).
Derrepente, paramos de ver tantas montañas áridas, cruzar tantos puentes sobre
caminos secos llenos de piedras (adonde en algún momento recorrieron rios) y comenzamos
a ver a familias pasando tiempo juntos fuera de sus casas.
Al fín llegamos a una escuelita en Esquimay Centro, y nos reunimos con los
demás representantes de la brigada médica por la cual estábamos viajando.
Es algo dificil de explicarle a quien no a conocido a nadie fuera de de una
cuidad grande, pero las personas de los pueblos pequeños siempre han sido las
personas con mayores modales que he conocido.
La escuela adonde se darían las atenciones médicas estaba llena de personas,
todos haciendo filas para ser revisados por un doctor, o para recibir
medicamentos. Habían muchos niños, y todos como siempre, estaban muy dispuestos
a aceptar confites.
Paso la mañana y el comienzo de la tarde y en poco tiempo conocí a muchas
personas; la mayoría eran mamás, algunas muy jóvenes, algunas ya abuelas, pero
todas con muchos niños. También habian muchas personas mayores, sumamente
educadas y respetuosas. Pero lo que más
me llamo la atención fue como todas estas personas sin excepción alguna, eran
muy agradecidas, generosas, dispuestas a ayudar en lo que fueran capaces, muy
simpáticas, y luchadoras.
Hubieron personas que habían venido caminando desde hace cuatro horas, bajo un
sol pesado, y sobre caminos de tierra muy secos y calientes. A pesar de todo esto,
y la noción de que todos sufrían de algun dolema, núnca escuche un queja, una
crítica, un malagradecimiento, sino más bien se transpiraba paciencia y
muchísima gratitud.
Los niños de los lugares muy adentro de Honduras son siempre o bastante
tímidos, o increiblemente dulces y sociables.
Lamentablemente, no en todos mis viajes adentro de mi país me encuentro con
personas tan amigables, y mucho menos en Tegucigalpa. Pero pasa que de vez en
cuando, cuando estoy iniciando mi camino de regreso a Tegucigalpa, me inunda la
sensacion de querer mudarme a un pueblo remoto como es Pespire. Me lleno de
nostalgia por un lugar que parece ser una imagen
viva de como era nuestra Honduras antes; una Honduras con personas nobles,
trabajadoras y agradecidas, niños dulces con corazones tan puros que
simplemente enternecen, pero más que todo comunidades que se buscan apoyar
entre ellos, adonde no pareciera existir la envidia que ha arruinado a nuestra
sociedad, sino una felicidad palpable de vivir una vida sencilla y en paz.
This past saturday, I travelled
alongside others, to the small remote town of Esquimay Centro, in the City of
Pespire located in the department (state) of Choluteca (deep south of the
country, bordering El Salvador). We were going to help out in a medical brigade.
After a long and treacherous drive, filled with lots of dusty roads, dry land,
very few green sights, and lots of bridges crossing empty rocky deepened roads
(aka where a river flows in rainy season), we finally found our way to Esquimay
Centro. We parked up at the small school where the brigade was taking place,
and we were received by the sight of close to a thousand people of all ages, all
lining up under the sun and all its glory, for free checkups and free meds.
After spending all morning and some
of the afternoon in this small school, I met many people, old and young, and
realized that these people were without a doubt the nicest people I have ever
met. I know it sounds basic and inconclusive, but it's very hard to explain
these feelings unless you have somewhat traveled to remote places and met with
very humble people.
I already love my country, but I realize I am falling twice in love with it.
I've travelled to several small towns already, but the people of this town
really tugged my heartstrings. As I was leaving Pespire, I began to feel
nostalgic for a way of life that many might not believe is envious. The people
I met here, and in most of the small towns in Honduras, are always so generous,
so welcoming, so untarnished by the outside world and its evil. The people in
these places always carry a smile, and offer you even the very little that they
posses. The children are so sweet, some are terribly shy, but all of them
posses such a clean heart that you just feel pity for your own bitter self. Sometimes, I feel that the world is turning pretty sucky in general, and
meeting people like this just lifts your spirits and really give you hope for a
better tomorrow.





























